Introducción
Al ver por primera vez a un bebé la mayoría de nosotros no puede evitar la tentación de opinar acerca de " a quién se parece". Tiene las manos de la abuela, la nariz de papá o los ojos del tío. Cuando nuestra perrita marrón pare a sus cachorritos, nos llama la atención que uno de ellos sea negrito, cuando el papá también era marrón.
Detrás de estas observaciones que parecen casi una anécdota se encuentra la genética.
Nuestro color de piel, nuestro grupo sanguíneo, nuestra altura, el patrón de manchas en el pelo do un perro, el color de una flor, están determinados genéticamente. Nacemos con una carga de información que es una especie de guía de instrucciones, para que nuestro cuerpo sea y se comporte de una determinada manera.
La importancia de este conocimiento es enorme. A partir de él se puede predecir si una pareja puede o no tener un hijo sano, saber si alguien tiene relación de parentesco o no con otra persona, encontrar al culpable de un crimen, aumentar la producción de frutos de una planta...
Los primeros pasos para el descubrimiento de las leyes que gobiernan la herencia fueron dados por un monje llamado Gregor Mendel a mediados del siglo XIX.
A partir del resultado de sus experimentos, Mendel enunció las tres leyes básicas en las que se apoya la genética moderna, y sus hallazgos fueron confirmados y explicados con el correr del tiempo, a medida que se fueron desarrollando nuevas técnicas de investigación.